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Dilbert es un personaje de Scott Adams |
- El cliente no quiere un producto barato (porque ya estamos mentalizados que barato es sinónimo de mala calidad), Lo que el cliente quiere es un producto caro que pueda conseguir a un buen precio.
- El cliente no sabe ni entiende del negocio. Si el cliente supiera o tuviera la experiencia que adquirió el emprendedor o el empresario no sería un cliente, sería un competidor.
- El cliente es como un niño, no razona. Se mueve por capricho y gratificación inmediata. El cliente ve algo, le gusta y lo quiere. Y lo quiere AHORA.
- El cliente no usa la lógica, sus decisiones nunca son decisiones pensadas o inteligentes.
- El cliente no aprecia el esfuerzo del emprendedor o el empresario. (No es por maldad, sino por desconocimiento del esfuerzo que implica llevar adelante un negocio)
- El cliente se queja (siempre)
- El cliente molesta cada vez que puede hacerlo.
“Al primero que se le ocurrió agregarle alcohol al helado fue un loco que rompió todos los esquemas y se lanzó a hacer algo nuevo por lo cual fue muy criticado al principio” Lo mismo sucede con cualquier innovación del mercado: al principio genera quejas, porque no es fácil adaptarse a los cambios.
- El cliente se apoltrona (como un gato) El cliente está cómodo así como está y los cambios lo desestabilizan.
- El cliente encima opina cada vez que puede hacerlo, porque su opinión es muy valiosa.
- Tratar de comprenderlo. Ponerse en los zapatos del otro no es fácil pero nos puede ayudar a entender que siente la otra persona.
- Escucharlo. A veces el otro sólo necesita alguien que lo escuche, y quizás sea exactamente lo que el cliente necesita y lo haga sentir mejor.
- No aconsejarlo. El cliente no viene buscando un consejo, viene buscando una solución. Un consejo puede funcionar o no, pero cuando les decimos que a otro le pasó lo mismo saben que es un resultado seguro. Una anécdota es más confiable que un consejo, porque confiamos en la experiencia del otro.
- Dejarlo soñar. “Junto con los chismes vienen las historias fantásticas. Así que si quiere saber que hay que hacer con un cliente, además de escucharlo, de empatizar con él y de contarle muchos chismes, háganlos soñar.”
- Darle alas para volar. “Una vez que el cliente está allí, retrógrado y molesto, ¿Qué hacemos con él? La respuesta es simple: le damos alas para volar. (…) Tomemos otro caso: Disney. ¿Qué vende Disney si no es fantasía?”
- Finalmente, y aunque estoy de acuerdo con las opciones que nos sugiere Tamara, quiero agregar una opción más, y en este punto me pongo del lado del cliente (a fin de cuentas también lo soy): No hay que darle motivos para que se queje. Le doy un ejemplo: Cuando alguien sale a almorzar a las tres de la tarde, es de esperar que tenga bastante hambre. Pero me ha pasado que a la señora del kiosco le parecía más importante ver y responder mensajitos de texto en su celular que atenderme. Y ella sabía que yo iba a almorzar porque ya era una cliente habitual. A veces el cliente se queja con justa razón, pensé en ese momento mientras me gruñían las tripas.
Todo esto es apenas una muestra del conocimiento sobre los clientes que Tamara comparte con nosotros. El cliente nunca tiene la razón es un libro revelador y muy divertido para todo aquel que ha sufrido en carne propia los caprichos de los clientes que siempre quieren tener la razón. Hasta la próxima.